miércoles, noviembre 14, 2007

Se llamaba Oumar y alguien le vendió el paraíso...

Solo tenía una silla desvencijada, un espejo y un peine de púas salteadas, todo lo demás era prestado. Tenía una barbería ambulante, los sábados se instalaba a la salida de la mina y los mineros eran sus más fieles clientes. Siete u ocho hermanos, varias madres y un padre al que solía ver cada mes, cuando venía hasta el chamizo de Oumar a recoger parte del escaso dinero ganado. Era una pesada carga para un chico de 17 años. Había aprendido el oficio de un milira francés. Poco tiempo para dormir y nada para soñar...
Una tarde plomiza llegaron los comerciantes, los comerciantes de vida y le vendieron el paraíso. Cuatro mil kilómetros a pie, o a lomos de un camello, los menos, cargar infinitas maderas para construir el grandioso barco que le llevaría al paraíso que, por meses, se volvía espejismo. El desaliento le alejaba cada vez más de su Guinea, sus verdes llanuras sembradas de arroz, los sobreantes manglares...
Eran los últimos días de una pobre vida, ya no había nada con que pagar, allí estaba la patera; un mar bravío y oscuro lo acogió. Y al llegar a tierra, alguien, en el fondo de la maltrecha embarcación encontró su cuerpo menudo, delgado y pequeño...
Se llamaba Oumar y había comprado el paraíso...
Alicia Navarro

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