lunes, junio 03, 2013

Inmigrantes

La Razón / Jorge Zapp
01 de junio de 2013

Ayer, salí a recorrer Chicago con una pareja de alemanes de Friburgo. Durante una hora viajamos en tren, desde la casa de mi hijo hasta el centro, frente a un grupo de norteamericanos, típicos de ese estereotipo que tenemos de ellos. Se preparaban para un encuentro crucial de béisbol, iban con sus cervezas, gorras alusivas y una charla ruidosa y animada. Admirábamos el panorama desde la parte superior del vagón en la que los asientos forman dos largas filas enfrentadas. Entre su conversación capté esta perla: “Esa gente en frente de nosotros habla español, pero no parecen latinos”; otro terció diciendo: “probablemente son españoles”. Para ellos “latino” es un personaje de apariencia pobre, moreno, de baja estatura, que aporrea el inglés y que le está quitando el empleo a un verdadero norteamericano. Los franceses, italianos, rumanos, portugueses y el resto de los latinoamericanos somos simplemente “gente extraña”. El trato, aunque generalmente respetuoso, es ligeramente despectivo y naturalmente lejano.
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